Crónica de un salario de papel

SANDY ULACIO

La distorsión cambiaria que convierte el bolívar en una ficha de descuento negativo, es la pesadilla diaria.

​ENTRE TORMENTAS. Era una tarde como cualquiera. Pedro salió de la oficina con la tarjeta de débito en el bolsillo y la frustración en el ceño.

Había cobrado su «salario integral» y sabía que era una carrera de velocidad contra la depreciación. Su misión: comprar los víveres esenciales. La tasa oficial del Banco Central de Venezuela (BCV) marcaba el dólar a Bs. 210. Una quimera, lo sabía.

​Entró en el abasto del portugués, un lugar pulcro donde todos los precios estaban rotulados en dólares. Agarró un litro de aceite y un kilo de harina precocida y dos o tres cositas más. El total era de $15. Pedro se dirigió a la caja con su tarjeta.
​—Son quince, mi joven —dijo la cajera.
—Voy a pagar con débito, por favor —respondió Pedro.

La cajera tecleó un monto, sin dudar. —Serían 4.725 bolívares Bs.
​Pedro frunció el entrecejo, pero ya estaba acostumbrado al golpe. Si el dólar oficial estaba a Bs. 210, los $15 deberían ser Bs. 3.150 bolívares. Una diferencia de 1.575 Bs. El comercio le estaba aplicando una tasa de 315 bolívares por cada dólar, un 50% por encima de lo que mandaba el BCV.

​»Es la multa por usar la moneda nacional,» pensó con amargura. «Me están robando 5 dólares invisibles por atreverme a pagar en bolívares».

​Al salir del abasto, Pedro revisó la cuenta, sintiendo cómo el esfuerzo de su mes de trabajo se había evaporado más rápido de lo que canta un gallo.

Esta distorsión cambiaria que convierte el bolívar en una ficha de descuento negativo, es la pesadilla diaria.

​La situación no es nueva, pero es insostenible. Esta misma semana, el economista Asdrúbal Oliveros, en declaraciones recientes (hace apenas unas semanas, en la primera quincena de octubre), alertaba precisamente sobre este fenómeno, aunque con cifras anteriores, explicando el meollo del asunto.

Oliveros señalaba que el problema de fondo no se resuelve con persecuciones o decretos, sino con la confianza.

​“La brecha cambiaria se genera porque el tipo de cambio oficial no tiene la oferta suficiente de divisas para satisfacer la demanda real del mercado”, afirmó el economista. “El comercio, en su lógica de supervivencia, internaliza el riesgo de reposición del inventario a un costo más alto en el mercado no oficial. Por lo tanto, el ciudadano que paga con bolívares es el que termina financiando la incertidumbre del sistema”.

​La frase le resonó a Pedro. Él era el financiador forzoso. La brecha no es solo un indicador macroeconómico; es la diferencia entre que a Pedro le alcance para un kilo de queso o no.

​La vida en Venezuela se ha convertido en una decisión diaria de política monetaria: o el Gobierno pone el orden para que la moneda de curso legal valga lo que dice que vale, o se asume el destino y se dolarizan los salarios para que Pedro, y millones como él, dejen de ser «castigados» por recibir su pago en el billete que lleva el rostro del Libertador.

Porque de aquí a diciembre, como pintan las cosas, la frase que más resonará en la calle será: «Esto se lo llevó el…dólar».
Por Sandy Ulacio
Periodista