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ENTRE TORMENTAS. La democracia no es solo un sistema de gobierno; es un contrato de confianza entre quienes eligen y quienes son elegidos.

En el corazón de ese pacto se encuentra algo tan simple y a la vez tan poderoso como la palabra empeñada. Esa promesa de campaña, ese apretón de manos con el elector, es la piedra angular sobre la que se construye la legitimidad de un mandato.

​El valor del voto no reside en el papel ni en la tinta, sino en la expectativa de que las promesas de bienestar social, seguridad o infraestructura se convertirán en realidad.

Cuando un gobernante toma el poder y su primer acto es cambiar el rostro de la gestión —nuevos logotipos, campañas publicitarias masivas y un cambio de imagen superficial— se está enviando un mensaje claro: la prioridad no es la inversión social, sino la autopromoción.

Este tipo de gasto se desvía de los presupuestos destinados a la salud, la educación o el desarrollo comunitario, convirtiendo lo que debería ser una inversión social en un gasto de la vanidad del poder.

​Este desvío de recursos no es solo una mala decisión económica; es un acto que erosiona la fe del ciudadano. La constante desconexión entre lo que se prometió y lo que se hace genera apatía, cinismo y una peligrosa sensación de que el voto no importa.

El elector aprende que la palabra de un político es volátil y que su participación en el proceso democrático es, en última instancia, fútil. Este sentimiento es el verdadero costo de una gestión que prefiere la apariencia a la sustancia, la imagen al servicio.

​El verdadero liderazgo se mide por el cumplimiento, no por el márquetin. Una gestión exitosa no se define por la brillantez de su nuevo logo o por la cantidad de carteles en la calle, sino por la inversión tangible en la gente.

Revalorizar la democracia es, ante todo, revalorizar la palabra. Se trata de recordar que el poder es un préstamo que se otorga por un tiempo limitado, y que la única forma de honrarlo es cumpliendo con el pacto original.

La pregunta que los gobernantes deben hacerse no es “¿qué imagen queremos proyectar?”, sino “¿qué promesa queremos cumplir?”.
Sandy Ulacio
Periodista